Hoy he vivido una experiencia inverosímil. ¿Os acordáis de David? Mi pequeño de 2 años protagonista de la
fiesta temática “rojo”. Ése que mi madre aún se pregunta por qué no aparece en el blog haciendo actividades (la mayoría estáticas), ése que empujó a su hermano mayor dentro de un ascensor y apretó el único botón a su alcance mandándolo a llorar desconsolado al sótano mientras él sonreía de su mano, ése al que mis amigos llaman no sé si cariñosamente “Bin Laden, el pequeño terrorista”, ése que convierte a su madre en una maratoniana durante 5 horas sobre tacones de 12 cm en la boda de este sábado, ése pequeño ser capaz de encontrar con una rápida oteada 40 maneras imposibles de liarla en una estancia a prueba de niños, ése que consigue confundir el subconsciente de su agotada profe de vuelta a casa con un equivocado "¡Para, David!" a su emocionado perrito, ése bichillo que me mantiene al borde del abismo durante todo el día y consigue sacarme una sonrisa cuando con todo su cariño me abraza en su cama, cual boa constrictor, y aprieta, cual luchador de sumo, para que no me vaya …
Bueno, pues a este niño, al que adoro, no le gustan los juguetes, NINGUNO. Bueno para ser honrada he de decir que le atraen los balones y punto.
… pero ha ocurrido el milagro. Como para muchos niños, hoy era el último día de clase de Dani, el llorador del sótano. Siguiendo los consejos de su adorable profesora, María: “trabajad el trazo para mantener lo conseguido”, hemos ido a una tienda de juguetes y hemos adquirido una bonita caja con pinturas, sellos y demás.
Al llegar a casa ha empezado una pequeña rivalidad para abrirla, comprensible, la novedad. He llevado a Dani al curso de natación y David se ha quedado inspeccionando la extraña caja.
A nuestro regreso para coger un libro, he encontrado al pequeño terrorista sacando y “metiendo” las temperas y demás. ¡Oh primera sorpresa! Mi niño que es un libertador sin vuelta atrás de objetos oprimidos por el yugo de sus prisiones: armarios, cajones, alacenas, vitrinas…
Cuando hemos vuelto tras una agradable charla con Marta y la bibliotecaria acelerada, David se encontraba apilando las témperas y sellos en preciosas torres imposibles. Le he felicitado con una emoción que ha absorbido. A la supuesta hora de ir a dormir se le veía nervioso, ocupado, excitado, emocionado, abstraído con su misión. Sólo dos horas después (23:04), tras gritos exultantes “¡É mía!” caía rendido abrazado cual boa constrictor, esta vez no al cuello de su asfixiada madre sino a su adorada caja mágica.
Ahora cuando por fin la paz ha alcanzado mi hogar me pregunto: ¿Debería rescatar la caja mágica? ¿Y si se despierta a las 2:43 (la hora en la que se despiertan los pequeños de 2 años y 4 meses) y su caja ha desaparecido? ¿Y si yo me despierto a las 2:45 con el estruendo de una caja y descubro un grafiti que parte de la sábana, cruza las
cortinas habitadas por peluches, para acabar resbalando por la pared?
BENDITA CAJA MÁGICA.
¿Servirá también para pintar?