Seguramente habréis leído en el periódico o por el universo cibernético un reportaje sobre Ikea como comedor social. Lo trascribo al final de esta entrada por si vivís en el apagón informático o vuestros bits, al igual que los míos, van en carretilla en vez de AVE. Diluvian las opiniones de consternación de los lectores en apoyo a esta pobre gente que se ve obligada a comer allí en época de grandes carencias. Y yo atónita me consterno no por el reportaje en sí, sino por la consternación de nuestra sociedad manca.
Así que me he sentido en la obligación de intentar explicarme todo este fenómeno.
Primero me dirigí a Ikea con mis dos euros en mano para tratar de dar de cenar a mis hijos dos menús de macarrones con tomate, zumo de brick y un petit suisse.
Dani me dijo que esos zumos de brick no le gustaban que prefería agua. David tras probar el tomate frito me dio todo el plato para mí y se bebió los dos zumos y su petit. A la fuerza me comí los macarrones de David porque tengo grabado en mente que no se deja nada en el plato. Confirmé lo que ya sabía, mis hijos no pasan hambre gracias a Dios.
A los días, nos dirigimos a un supermercardo de hard discount y nos hicimos con los ingredientes para elaborar el menú de ikea. Un kilo de macarrones, 800 gramos de tomate triturado, un kilo de mandarinas de Valencia y un litro de leche, todo por el módico precio de 3.02 euros. Con el litro de leche hicimos ocho
hermosos yogures, con las nueve mandarinas hicimos ocho zumos pequeños diluidos en agua (los libros de nutrición infantil recomiendan diluirlos al 50%), el tomate lo freímos (sabéis que la mayoría del tomate frito que se vende es poco saludable) y con la pasta sacamos ocho raciones de macarrones. David dijo que prefería agua y la mandarina, en vez del zumo y Dani se lo comió todo.
Así que mis hijos cenaron un zumo de verdad diluido y no agua azucarada con un poco de fruta seca y aplastada, un yogurt del doble del tamaño del petit con todas sus bacterias benévolas sonrientes y por último un plato de macarrones con tomate, frito en casa. Todo por 0,37 euros cada menú.
Es decir podrían cenar 3 días en casa en vez de 1 vez en Ikea por el mismo dinero y MUCHO más sano. Así que nos hemos ahorrado un 63%. Comer en casa es más económico que las rebajas más agresivas. La mamá del reportaje que se quedó sin cenar quizá podría haberlo hecho en casa.
(La electricidad para cocinar, la equiparo al transporte para llegar a Ikea.) Podría hacer el mismo estudio con las albóndigas y los perritos, con análogos resultados.
El comedor de Ikea me parece fantástico pero tras esta argumentación, decir que es un comedor social para gente que pasa hambre... Preferiría decir que puede llegar a ser un comedor habitual para gente que pasa apuros y que tras la bonanza económica se resisten a perder su sangre azul. (Hablo sólo de la gente que conserva su casa y la luz para poder cocinar, por supuesto.) Es más fácil y rápido abrir un brick que exprimir un zumo, ver como te sirven unos macarrones que cocinarlos... Supongo que las familias que lamentablemente pasan hambre es porque han perdido alguno de sus trabajos y deberían tener tiempo para hacer estos esfuerzos con el consecuente ahorro. Yo, si voy a comprar a Ikea y es la hora de comer, algunas veces como allí.
Lo que quiero decir es que a veces no somos conscientes de que un menu de fast food equivale a un entrecot en casa.
Por otro lado, tanto la gente que pasa hambre como los que no, necesitamos frutas y legumbres que son más económicos y con más nutrientes que los refrescos y pasteles, totalmente superfluos. Si compráis productos básicos de origen sin elaborar, ganará la salud de vuestros hijos y vuestra economía.
Por otro lado sólo puedo hacer un llamamiento a que en las fechas venideras
hagamos un esfuerzo dentro de nuestras posibilidades para surtir los bancos de alimentos. Si vivís en Cataluña el
30 de noviembre y el 1 de diciembre se llevará acabo una
masiva recogida de alimentos en más de 700 supermercados.
Aqui puedes ver tu punto de recogida más cercano.
HOY COMEMOS los seis EN IKEA POR 8 EUROS por GONZALO SUÁREZ
Perritos a 50 céntimos, albóndigas a un euro... Personas en apuros recurren a las ofertas de Ikea para comer caliente. Un cliente: «Quien pasa hambre es porque quiere»
La mujer se plantó ante el mostrador de Puri, en la cafetería del Ikea de Murcia, al caer la tarde. En una mano llevaba un billete de cinco euros; en la otra, un repóker de niños hambrientos. Pidió cinco menús infantiles: pasta, yogur y zumo a un euro por cabeza.
-Cocinera, ¡échanos más macarrones, que tenemos hambre!-, aullaban los chavales.
-Hágales caso. Ellos tienen hambre... y yo no tengo más dinero-, terció la mujer.
La cocinera se conmovió ante la escena. Así que, disimuladamente, sirvió un cacito extra a cada niño. «Eso sí, la madre se quedó sin cenar», recuerda.
La cafetería de Puri, como la de las 18 tiendas de Ikea en España, lleva meses a reventar. Y no sólo de clientes que toman un tentempié mientras amueblan la casa. También hay personas en apuros económicos que combaten el hambre con las ofertas de la empresa sueca. «Desde que empezó la crisis, esto es el no parar», resopla la cocinera.
En Ikea se puede comer todo un día por sólo tres euros. De desayuno, café y un bollo: 50 céntimos. De comida, un menú infantil: un euro. De merienda, un perrito caliente: medio euro. Y, de cena, diez albóndigas con puré de patatas y salsa de arándanos: otro euro. Más barato que cocinar en casa.
De ahí que hayan surgido auténticos expertos en exprimir estas ofertas. Como Israel, de 36 años, y Cecilia, de 28, que visitan dos veces a la semana el Ikea de Alcorcón (Madrid), a los que hoy se ha unido la madre de ella, María Luisa. Por sólo 5,80 euros, cenan los tres: dos raciones de albóndigas, tortitas con nata, más pan, café y refresco.
El trío explota todas las rendijas del sistema. El café les sale gratis porque tienen la tarjeta Ikea. El refresco es rellenable, así que comparten un vaso entre todos. Y los días que no hay oferta de albóndigas, se contentan con el menú infantil. «Con eso cenas... Aquí quien pasa hambre es porque quiere».
Así, algunos han convertido Ikea en una especie de comedor social. En el Ikea de Jerez, tres matrimonios con hijos cenan allí casi todos los días. Piden albóndigas más un refresco para compartir. Los días especiales, añaden un cucurucho de helado para los niños. La familia duerme con el estómago lleno por cuatro o cinco euros.
«Ni McDonald´s puede competir con esto», coinciden Silvia y Rubén, dos inmigrantes mexicanos que cenan albóndigas y refresco de cola en el Ikea de Hospitalet. «Es bueno. Es barato. Y el lugar es cómodo».
Cuando fundó Ikea, Ingvar Kamprad solía decir: «Un estómago vacío no compra muebles». Ahora, la crisis ha falseado esta sentencia. Cada vez más clientes utilizan el atajo semioculto que permite saltarse el laberinto de muebles y plantarse directamente en la cafetería. «Muchos sólo vienen a comer», confirman los sindicatos.
En Ikea no facilitan estadísticas sobre este fenómeno. En cambio, sí que confirman que han modificado su política de precios por la crisis. «Este año hemos reducido los precios de nuestros productos de alimentación más vendidos para que todo el mundo pueda comer comida de calidad a buenos precios», dice Kevin Johnson, director del área de restauración de Ikea.
Seis millones de perritos, 16 millones de albóndigas... Las cifras de ventas son colosales. En total, sus cafeterías facturaron 55,67 millones de euros el año pasado, un 23% más que en 2009. Y eso que han recortado sus precios, lo que significa que el volumen de comida que han servido crece todavía más.
En Alcorcón, nada hace intuir esta tendencia. La clientela parece la de siempre: jóvenes que montan su primer hogar, familias cargadas de muebles... Pero, entre el gentío, se detecta a los que sólo han venido a comer. El jubilado que rellena el café tres o cuatro veces. El cuarentón que recicla un vaso de la basura para tomar un refresco gratis. Los clientes que remolonean hasta las 17:00, cuando entra en vigor la oferta de las albóndigas a un euro.
Entre los adictos de los meatballs está la familia Navarro-Sayabera. Por ocho euros, cenan seis: el matrimonio (Ana y Juan Jesús), los niños (Marcos e Irene) y los suegros (Rosa y Simón). Entre todos, dan buena cuenta de una ensalada y seis platos de albóndigas.
-¿Por qué vienen a Ikea?
-Mi mujer está en paro. Yo monto ascensores y ya sabes cómo está la construcción... Hay que ahorrar-, cuenta Juan Jesús.
El fenómeno es cada vez más habitual en España. Aunque, de momento, ha pasado desapercibido. Aquí no se han producido las protestas de Bélgica, donde la patronal de hosteleros invitó a 200 vagabundos a Ikea para denunciar su «competencia desleal». «Tras ver las albóndigas por un euro, la gente tratará los restaurantes normales como ladrones», dijo su presidente.
Muchos restauradores no entienden cuál es el negocio de vender diez meatballs a un euro. Y la respuesta es simple: en realidad, no es un negocio. «Ikea concibe la venta de comida como un servicio, no como una actividad de la que sacar beneficio», explica una portavoz de la multinacional sueca.
Gracias a la cafetería, Ikea consigue que sus clientes se queden más tiempo en su local. Además, los precios ajustadísimos afianzan su imagen low cost. Tras la paliza de recorrer la tienda, lo último que ve el cliente es un perrito a 50 céntimos.
Pese a estas irresistibles ofertas, las cafeterías de Ikea ganan dinero. O, al menos, no lo pierden. «Teniendo en cuenta que en 2011 se vendieron 16 millones de albóndigas, en raciones de 10, 15 o 20 unidades, no es difícil entender que los grandes volúmenes permitan generar lo suficiente para pagar los costes de estructura», explican en Ikea.
Pero esta jerga de MBA no está en la mente de las personas en apuros que visitan sus instalaciones. En el Ikea de Badalona, por ejemplo, un hombre demacrado almorzaba todos los días dos perritos calientes y varios vasos de refresco.
-Señor, que esto no es sano-, le decía la responsable del tenderete.
-Ya, hija, pero no puedo permitirme otra cosa.
Hace semanas que el cliente no aparece a su cita diaria. «Estoy preocupada», admite la camarera.
De vuelta a Murcia, Puri recuerda a la pareja que pidió cuatro raciones de albóndigas: dos para comer en el momento, otras dos para un tupper. O el matrimonio de ancianos que, avergonzados, le pidieron comida gratis. «Saqué dinero de la taquilla, me puse a la cola y les invité a cenar...», recuerda. «A veces, este trabajo te parte el alma».
Con información de Andros Lozano (Jerez) y Héctor Marín (Hospitalet)