Si escaparse a la playa con dos prescolares es una aventura,
viajar a la nieve es una expedición. Cuando por fin conseguimos introducir
todos los enseres, accesorios y niños en el coche pensé: “¿serán todos los
niños tan agotadores como los míos?” Supongo que casi todas creemos que
nuestros hijos son los más movidos. ¿Cómo sobreviven a esto otros papis?
Lo primero al llegar a pistas es intentar apuntar a los
peques a un curso para poder descansar mientras te tiras por una negra. Como
con semejante batallón, es imposible llegar a tiempo y no es porque no seamos
aficionados a madrugar… David, fue programado en Suiza y a las 6:45 sí o sí,
está siempre arriba. Total que ya no quedan plazas y te conviertes en un
profesor al borde del ataque de nervios. Presentación del material, colocación
y adelante.
Tras una mañana agotadora en la que hasta las piñas se
confabulan para desearle un feliz cumple a tu peque, los llevas agotados (o eso
crees) a la guardería con la indicación a la monitora: “Están destrozados,
¿podría dejarles dormir para llevarles luego al curso?”
Tras el merecido descanso (de los papis), al recoger a los
peques en la guarde preguntas a la monitora por la siesta, a lo que responde
con perfecto acento argentino: “Vos sabés. No durmieron siesta. El pequeñín es
hiperactivo. Desmontó la guardería en treinta minutos.” Entonces como buena
madre te cuestionas la conveniencia de llevarles al curso tras esa agotadora
jornada, pero la cuidadora continua: “Lleváles, lleváles, esos niños tienen
pilas para quemar tres monitores juntos.” Así que Dani consigue entrar en un
grupo colectivo y a David le ponemos un monitor amigo de los pingüinos.
Dani avanza veloz en su aprendizaje y David se dedica a
chantajear al profe para que le de caramelos si quiere que haga la cuña. Cuando
se acaban los caramelos consigue convencerle para que le saque de la aburrida
pista baby y le lleve por las altas. Mientras, yo incauta, al no verle en la
pista le hacía felizmente durmiendo en la guarde cuando en realidad se ha
convertido en un camicace enano en las pistas difíciles. Al acabar el curso hay
que recoger el material.
Después aún hay tiempo para el arte, Dani pintando su
autorretrato en la nieve y David haciendo coloridas esculturas.
Nos queda energía para guerra en la nieve o de bolas en la
sala de juegos del hotel.
Por supuesto no paramos de saltar: en la nieve, en la cama
elástica, en las camas de la habitación…
Cuando parece, y sólo parece, que ya no quedan más fuerzas,
nos retiramos al Spa a descansar. A lo
que David alega: “al Spa a durmir no eh” y comienza otra batalla, esta vez de
agua…
Al final, muy muy al final, acabaron durmiéndose. Siempre lo
hacen aunque no lo parezca pero para estar en pie a las 6:45 hay que cargar las
pilas rápido y esta es la posición de recuperación óptima.
Han sido unas jornadas fantásticas. Estamos planeando otra
escapada un poco más larga. “Abus, por fa ¿podríais quedaros con David? No
serán muchos días, os prometemos volver”.
Creo que de los cuatro a los siete años es la etapa perfecta
para iniciarse en el esquí, es increíble la progresión a esa edad.
Jajajajajaja.
ResponderEliminarJusto la semana pasada aprovechando que los nenes tenían la semana blanca nos fuimos con ellos a esquiar por primera vez un par de días(yo no había vuelto desde el embarazo del primero).
El mayor se lo pasó genial y enseguida le cogió el puntillo pero el peque... ains, el peque. En fin, repetiremos porque se lo pasaron genial pero como dices, ir a esquiar con ellos es poco menos que una aventura y toda una "mudanza".
Besote
Y ¿Qué me cuentas de las agujetas Helena? El sábado tuvimos una fiesta de disfraces y con mis andares elegantes lo que mejor me pegaba era el traje de pingüino je je. Besitos.
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